Nairobi, 4 de septiembre
ALGO SAGRADO
Y sin embargo... “es preciso que haya algo sagrado”
que la risa se te cruce en los caminos
que puedas gritar tu alegría y tu dolor a algún dios lejano.
Porque es necesario que Dios exista
porque es imprescindible asideros suficientes
para seguir escalando la alta roca,
la esbelta montaña.
Es preciso que haya algo sagrado
con que rompernos los dientes
donde verter nuestra sangre y nuestro sueño,
nuestra inquietud,
nuestro desvelo.
¡Anheloooo!
sí, anhelo.
Que podamos juntar nuestros labios
y oír en silencio el ruido de las olas
el espectro que vaga en la noche
guadañando la tierra bajo nuestro cuerpo.
Oírlo desde la inquietud
transformada acaso en un hilo de ansiedad
que crece, que crece.
Es preciso encontrar un remanso
donde el agua rumoree monótonas nanas
que nos hagan olvidar nuestra soledad
bañada en las risas de los pájaros.
Sí, es preciso que haya algo sagrado
frente a lo que hincar las rodillas
y pedir perdón por nuestra soberbia
por nuestros pecados.
Porque si no ¿quién habrá de perdonarnos?
¿quién nos llevará de la mano
cuando nuestro cansancio se haga insoportable
cuando el calor se haga fuego
cuando la humedad penetre en nuestros huesos?
Es preciso que haya algo sagrado,
un lecho, una mañana de sol tras la lluvia,
un hombre, una mujer, un cuerpo.
Porque somos pequeños y desvalidos en un país
donde los orfanatos todavía no existen
donde el silencio cósmico ahoga nuestras voces.
Hoy reía la calle entera,
había besos y abrazos en las aceras
y eso me hizo pensar en Dios,
regazo, reposo, silencio.
Las aguas del río no pueden llevar
a otro lugar que a Él mismo,
allá donde no hay anhelo ni desazón,
sólo silencio, calma infinita.
Y es que todo esto existe en la urdimbre del hombre,
oscura y sucintamente entrevisto.
Por eso lloramos sin saber por qué,
por eso se inquieta nuestra alma,
por eso anhelamos.
Por eso es preciso que exista algo sagrado,
porque de no ser así
estaremos perdidos en medio de una ciénaga.
Nada me retiene ya en esta ciudad de Kenia
si no son las risas y
este constante tumulto de voces
que rodean mis versos.
Quizás no sea preciso que exista algo sagrado,
que baste una mano amiga,
el sonajero de su risa,
la confianza que engendra la compañía;
quizás Dios no sea otra cosa
que la mirada de unos ojos,
la tumultuosa inquietud acogida
al final de una tormenta
en el varadero de una playa protegida del viento.
Quizás no sea preciso que exista algo sagrado...
entonces, antes que llegue el silencio.