Pretemberg Bay- Sudáfrica, 11 de Julio


Aquí en Johannesburgo la cosa es bien diferente, los warnings no van dirigidos al ciudadano de a pie sino a una amplia, parece, generalidad de malhechores que merodean especialmente después de la caída del sol por la ciudad. El warning que aparecía junto a la estación de autobuses, encuadrado en la clásica forma de la chapa policial a que nos tienen acostumbrados las películas del oeste, decía: "Los transgresores serán disparados, y si resultan ilesos serán disparados de nuevo". Nuestro autobús se había parado frente a una cancela donde colgaba este cartel de letras blancas sobre fondo azul; mi mirada escrutaba la calle intentando contrastar la información recibida con la realidad: gente normal que iba de aquí para allá; negros todos pero gente corriente. Lugar infecto: warning, ghetto bajo el parasol de los modernos rascacielos, las tiendas de Benetton, toda la luminotecnia y oferta de consumo de una moderna ciudad. Y sin embargo la calle, parece, estaba podrida.

Días después estamos en Durban, en la costa del océano Índico; el dueño del hotel nos alerta en seguida, que no salgamos a la calle después del atardecer, nada de dinero en los bolsillos, caminar lejos de la gente, no llevar mochila, no ser centro de atención, dejar el disfraz de turista en la habitación del hotel. Uno de aquellos días, al final de la tarde, preguntamos a un hombre de raza blanca, uno de los pocos con los que nos cruzamos, por un cajero; nos mira con los ojos de plato. No, no es aconsejable sacar dinero a esa hora. Luego se lo piensa y, ante nuestra insistencia, decide acompañarnos; nos mete por un laberinto de calles arriba y abajo que no tiene otro objeto que despistar a un posible perseguidor de los dineros del turista. Al fin entramos en una entidad bancaria, Victoria se acerca al cajero y nosotros montamos guardia, él mira constantemente el movimiento de la gente que pasa, el entrecejo arrugado, los ojos escrutadores. Cuando ella ya ha conseguido el dinero nos indica el camino de la calle, pero huye de la acera, nos hace caminar por la calzada, mira constantemente a los lados y no ceja hasta que estamos en la puerta del hotel.

¿Será cierto? La verdad es que a uno le entran ganas de que lo asalten para comprobar primero si es verdad aquello y segundo para ver en qué consiste la fuente de tanto miedo que circula por la calle, ¿simples carteristas?, ¿rufianes armados de navajas dispuestos a rajarle a uno la tripa por unos pocos billetes de banco?, ¿gente armada dispuesta a liarse a tiroz? Otra tarde paro a un coche de la policía. Conduce una mujer negra de enormes proporciones; su cabeza roza el techo del vehículo; la compañera, ésta de raza blanca y también con aspecto de armas tomar, atiende a mis preguntas. Tendría que coger a las cinco de la mañana del día siguiente un taxi que me lleve a la estación, ¿sería recomendable salir a la calle a buscarlo?, pregunto. Por supuesto que no, no sería buena idea, más bien es bastante peligroso. Un asunto menos, encargaremos al dueño del hotel que nos lo gestione.



La hija del protagonista, blanca, ha sido violada salvajemente por dos individuos de raza negra. Los violadores han destrozado la casa, han robado todo lo que han encontrado a su paso. Un incidente más en la gran campaña de redistribución, dice David Lurie, el estudioso de Wordsworth y Byron que se ha visto privado de su trabajo en la universidad tras un affaire con una alumna. Estamos hablando de algo completamente nuevo, le dice en un momento a su hija; estamos hablando de la esclavitud. Si te quedas aquí, ellos volverán, ellos pretenden que tú seas su esclava. "Fue la historia lo que habló a través de ellos –propone al fin-. Una historia llena de errores. Míralo de esa manera, puede que te ayude. Tal vez te pareciera algo personal, pero no lo fue. Fue algo heredado de los ancestro".

Una hipótesis de trabajo: el antiguo esclavo, el desecho de estas tierras dominadas hasta hace unos pocos años por los blancos, busca a la postre bajo el manto oscuro de su subsconsciente la esclavitud de los blancos. Y acaso todos estos warnings no sean otra cosa que la expresión de ese miedo que subyace ante las campañas de redistribución que se producen en el mundo entero cuando cacos, ladrones, violadores, asesinos, ocupan su tiempo y su voluntad en extorsionar la tranquilidad burguesa de los que lo tienen todo solucionado en la vida.

No hay comentarios:
Publicar un comentario