Zanzibar, 27 de agosto
A LA SOMBRA DEL GRAN ÁRBOL
¿Hasta dónde no seremos capaces de subir,
en el aire, hacia el cosmos infinito?
¿cuáles serán nuestros límites?
-¿de amar?-
¿en qué costas oscuras irá a estrellarse el dolor
la abundancia inacabable de nuestra ternura,
la emoción que la existencia trae en sus manos
llenas de dolor,
del calor luminoso de una inquietud
sobre la que sesteo esta tarde junto a una cerveza
envuelto en el ronroneo que las aspas del ventilador
reparten generoso sobre mi cuerpo desnudo?
Tantas veces dar gracias a la vida por estar vivo
por el estremecimiento de un beso,
la ola que se arrastra a mis pies
el peso cálido de la tarde
cayendo distraídamente sobre mi ánimo.
Hoy voces de mercado y calles medievales árabes.
Sestear bajo el mosquitero
yo esponja –tantas veces-
yo dolor –tantas otras-
yo, trozo de nada en la inmensidad del continente negro,
yo anhelo,
yo fuerza genital.
Perdí la hora del crepúsculo dentro de mis ojos cerrados
mientras las voces llegaban a mi habitación
como desde el fondo de un sueño,
pero me encontré, clara hora de visionario,
con el contacto cálido de mis recuerdos,
con mi retina saturada,
me desperté con salmos y cantos
que salían de las puertas y ventanas de las mezquitas
orando al magnífico dios de la nada,
el dios del todo que despierta de tanto en tanto
envuelto en la melaza del sueño,
arropado por el deseo,
acariciado y clamado por mis ratos de contemplación.
Alabado sea Alá,
alabadas las vírgenes de mi infancia,
allí de donde bebieron mis primeras emociones reconocibles,
de hinojos ante sus pies;
de la misma manera que hoy, también de hinojos,
escucho las apretadas voces que suben
desde los callejones estrechos de la ciudad
como un susurro de bienestar.
Dioses, vírgenes, amantes,
el reconocible perfil de un anhelo inalcanzable,
la ternura como un puñal traspasando la carne,
el dolor de la mentira,
la esterilidad de una noche abrazado a un cuerpo,
el olor acre de mi carne atravesando un pedazo de desierto...
Esa parte de la existencia
... y la plenitud de la conciencia
sorteando páramos y extensas mesetas inhóspitas...
y llegar hasta la sombra del gran árbol....
y tumbarse a su sombra,
y beber del manantial que brota entre las rocas...
y descansar y mirar al cielo refulgente
también como un puñal atravesando la retina...
y cerrar los ojos...
y dar gracias por estar vivo
saborear la abundancia que junto al dolor y la ternura
brota entre los espinos y los dátiles.
Y beber el té de los tuaregs
dulce como la miel y amargo como la muerte.
Mientras el sol dora las dunas,
mientras la luna, llena ya esta misma noche,
posa su mirada apacible sobre las hojas del gran árbol,
sobre la inmensidad del océano de olas doradas.
Una pausa en el camino,
rosas y espinas,
miel y muerte,
agua fresca para la sed.
Gracias, vida,
gracias árbol, agua, rosas, espinas, miel,
muerte, sed.
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