Osito

Blantyre (Malawi), 11 de agosto

Once upon a time there was a little bear...

Hacía tiempo que no recordaba aquí a mi amiga desconocida. Hoy, un corto correo suyo me invita a nombrarla a propósito de los baobabs y del Principito. Mi hijo más chico, me cuenta ella, se tira al piso, se cubre con una toalla y pregunta siempre: "¿que soy?", y de inmediato le respondo: "una boa que se comió un elefante... ¿es eso correcto?" Y él, contento, me dice: "acertaste !!! ¿ Cómo lo sabías?" Y ambos nos reímos.
Quizás recordéis aquel dibujo de la boa tragona. Mi amiga y yo no nos conocemos pero ambos hemos leído más de una vez con delectación El Principito. Me es grato en esta tarde redescubrir en la retina del otro esa enorme serpiente con un elefante dentro. Mi amiga con nombre de mar, Mer, que perdí antes de que llegara el otoño, también amaba al Principito. Ella sabía de memoria largos fragmentos del ingenuo parloteo de este personaje mitad niño mitad sabio. Volví a leerlo entonces. Una tarde dejé al conspicuo Cortázar y, mientras sonaba un disco de Carlos Gardel que acompañaba mi lectura, cerré Rayuela y me sumergí en el viaje interplanetario del librito que tenía entre las manos mientras mi hamaca se mecía suavemente en la hora de la siesta.
También me dice que no sabía que los baobabs existían de verdad, y que pensaba que eran parte de la imaginación del escritor… y añade: perdón por mi ingnorancia, que diría Borges.
Una gran suerte tener la oportunidad de poder confundir la realidad con la imaginación, que su hijo se convierta en boa bien alimentada, o mejor, que se pueda dar la curiosidad de que mi amiga desconocida haya descubierto ayer mismo la existencia de un baobab, lo que supone para ella un salto del campo de lo imaginado al real; o al contrario, que otra amiga mía se enfadara conmigo cuando leyó cierto post en Pies de foto, titulado La cabra, en donde yo confesaba haberme acostado con eso, con una cabra, lo que supone…. no, mejor no suponer nada; García Márquez hace muy bien lo segundo y Jorge Borges sería un maestro de lo primero si algún día se descubriera que sus tratados de historia y geografía imaginada se los dictaba un amanuense que hubiera tenido el privilegio de habitar una realidad a la cual nosotros, siguiendo las convenciones de la ficción, atribuimos existencia sólo literaria, cuando de hecho, por ejemplo, y siguiendo un relato de este autor, El Quijote pudo ser escrito, llegado el caso, por alguien que no fuera precisamente Cervantes.

Lo que nosotros llamamos realidad parece estar expuesto a un cuestionamiento continuo. Queremos suelo firme bajo los pies, necesitamos nombrar de forma precisa la experiencia, saber el número y los tamaños… igual que aquel sabio de aspecto circunspecto y serio de El Principito cuya misión era contar estrellas y meteoritos. Soñamos y decimos: es un sueño; un sueño, algo "diferente" a la realidad. Como hablar aquí de la gente: blancos a un lado, negros a otro. Cuando la lluvia caía sobre Macondo década tras década y enmohecía de humedad las casas y las verandas se cubrían de oscuros líquenes, la maestría narrativa de García Márquez es capaz de hacernos experimentar una profundización en nuestras sensaciones, hasta el punto en que éstas se convierten en la prolongación de nuestra limitada experiencia de largos días de lluvia. Lleva la realidad más allá, ahonda en las sensaciones, en nuestra capacidad para percibir la monotonía, soledad, la grisura húmeda de los días sin principio ni final.

En realidad el juego entreverado de la realidad y la ficción parece ser uno de los componentes esenciales de la literatura. Un juego en donde un niño cubierto con una toalla puede convertirse en un elefante tragado por una boa, o donde una bella historia de amor puede darse entre un ciudadano británico y una cabra, es un terreno muy propio para poner en evidencia eso que mi amiga llama lo esencial. Dice mi amiga, apostillando las palabras de su hijo: "... Lo esencial es invisible a los ojos, no se ve bien si no es con el corazón." Quizás sea esa la fuerza de la literatura, el modo en cómo las palabras, el relato, suscita en nosotros la visión de lo esencial utilizando para ello tanto esa realidad tangible como la imaginada. En definitiva que sea imaginado o no carece de importancia a efectos narrativos, lo que sí es significativo es la capacidad que tiene el relato para hablar de lo que consideramos esencial y para suscitar a su vez emociones y sensaciones concomitantes.
Y recuerdo ahora un día que discutíamos mi amiga con nombre de flor y yo, mientras una ricksaw nos llevaba, atravesando Pune, camino de la estación de autobuses, sobre las buenas o malas excelencias de Bukowsky en relación a Hemingway; y mientras ella defendía la crudeza del primero, su descarnada relación con el sexo y su exposición sin ambages, yo me quedaba con Hemingway y su capacidad de evocación. Y cuando me tocaba argumentar recordaba a Roland Barth y su defensa de la faceta erótica de la literatura, en el sentido de lo que tiene ésta de evocadora, sugeridora; esa delicada tensión erótica que se produce en el umbral de las emociones a punto de desencadenarse. La realidad por sí misma no basta para hacer literatura, defendía yo. Y quizás lo único que retenía en aquel momento era un relato corto de Hemingway de un hombre que pasa unos días pescando en un apartado paraje del suelo americano.
Un encuentro con la naturaleza y con él mismo. No recuerdo la historia, pero sí permanece la emoción; no el relato en sí, sino lo que lo que el relato me sugirió, las emociones que suscitaron su lectura.
Un día Osito coge unos muelles, los engancha en una caja de zapatos; se pone ésta en la cabeza a modo de casco y sale de su casa camino de un árbol próximo. Se sube a una rama, se tira, y cuando se levanta del suelo, dice: ya estoy en la Luna. Y entonces se da una vuelta por los alrededores y se encuentra con una casa parecida a la suya. Osito entra en ella y habla con la señora osa que hay dentro como si ésta fuera una selenita. Ella naturalmente le sigue la corriente, ella también tiene un hijo que se fue de paseo. Y la conversación se alarga y Osito se mosquea cada vez más… porque podría ser que en definitiva estuviera de verdad en la Luna… y entonces abre los ojos y gimotea: no es verdad, no es verdad, tu eres mamá Osa, y tu hijo soy yo. Mamá Osa sonríe entonces y abraza a Osito. A Osito le gustan las pelis, pero cuidado, con las cosas importantes no se juega. Su mamá Osa es su mamá, ¡a ver qué iba a hacer él solito en el mundo sin los brazos amorosos y protectores de ella!



No hay comentarios: