Mzuzu (Malawi), 14 de agosto
Hoy viajar se me hace un duro trabajo. Será por que estoy algo melancólico, será porque cinco meses de patear el mundo le pesa ya a mi cuerpo, será que... lo que veo clama al cielo; será porque la niña que tengo delante, sí, niña, me deprime con su sonrisa amigable, su crío a la espalda, su otro niño agarrado a su falda. Descalzos, sucios, todo mugre; la misma que las otras vecinas cargadas también con críos a la espalda. Me encoge el ánimo tanta miseria y tantos niños con las narices llenas de mocos y el cuerpo cubierto de roña.
Estamos sentados en el suelo grasiento de la estación de autobuses. El nuestro demora ya por dos horas; se hizo de noche. Dos tubos fluorescente alumbran levemente a un par de centenares de viajeros repartidos por dos andenes entre el amontonamiento de sus equipajes. Le doy una manzana al criajo que se sienta junto a nosotros. Huele a decrepitud, a sudor, a orina. Aquí no les atosiga la Iglesia Católica como en Guatemala, pero es lo mismo, los preservativos no deben de ser muy usuales. Son tan jóvenes, y tan llenas de niños, y tan pobres. En nuestro próximo destino dormiremos en un albergue que pertenece a la iglesia Presbiteriana; en la entrada encontraremos un gran cartel: protégete contra el SIDA, abstente o ten sólo relaciones en el matrimonio. A los presbiterianos como a los católicos nos les preocupa en exceso esta miseria andante de familias con seis o siete hijos... todos por supuesto con aspecto de muertos de hambre.
¿Y si cogiera un avión y me plantara en El Cairo después de despedir a Victoria en Dar Es Salaam? Me tienta la idea, estoy muy cansado. Ya me sucedió también en India; tanta miseria me deprime. Hoy nada más que veo dificultades por todos los lados. Los conflictos en Sudán y los problemas para conseguir el visado; Etiopía, cuyas gentes parecen ser muy poco hospitalarias; Somalia otra pobreza hiriente. ¿Para qué coño voy a prolongar mucho más mi visita a este continente? En la India hay pobreza, pero la India tiene dioses y templos, y cultura; y bellas mamposterías con que alimentar mi cámara, colores, hermosos saris adornando el cuerpo de las mujeres. África es más árida, es una pobreza deslustrada, ramplona. Hoy especialmente que los llantos de los niños y la miseria lo llenan todo; esta ineficiencia que se extiende a tantas facetas de la vida social; esta lucha a brazo partido cada vez que tienes que coger un autobús. A mi lado hay un niño que llora ininterrumpidamente desde hace más de una hora.
La última vez que estuve en África me dije que no volvería. De eso hace dos años. En este momento si pudiera saldría huyendo, me marcharía a las islas griegas, por ejemplo. Pero me temo que tendré que esperar aunque sólo sea para ser un poco coherente conmigo mismo; también debo terminar de leer un par de libros que hablan sobre este continente. Tengo la convicción de que es necesario conocer el mundo de primera mano. Lo comentamos entre nosotros algunas veces, una de las partes de la enseñanza obligatoria debería consistir en dar la vuelta al mundo durante un curso entero; con los medios imprescindibles, mirando a un lado y a otro lo que la realidad es. Acaso una inmejorable enseñanza. Estaremos junto al lago Malawi en seguida. Intentaremos buscar una casa, un lugar bonito en el que descansar unos días. Lo mismo allí se me pasa y vuelvo a coger el camino con fuerzas... ójala.
¿Para qué viajo?, me pregunto. Me pasa con frecuencia no saber muy bien para qué hago las cosas que hago. Salvador Pániker decía cínicamente: Ah, ¿pero todavía viajas? No, no creo que se trate de un sarampión; ni de huir de nada, como decía mi amiga Raquel. ¿Por qué subir montañas difíciles?, ¿o atravesar continentes en estas circunstancias cuando el sofisticado y culto mundo de Europa puede ofrecerme tantas cosas interesantes? O acaso una de esas islas que un pasajero de un relato de Cortázar ve desde un avión que atraviesa el Egeo y que se convierte semanas después en su hogar; Creta que me prometí volver a visitar después de una larga estancia con nuestros hijos; Ítaca, para recordar aquel tema de Lluis Llach que pusimos en casa tras Campanades a mort, Viaje a Ítaca, la madrugada que murió mi madre; Rodas, donde el coche casi se nos cayó al mar al bajar del ferry porque los prácticos eran unos cachondos; o incluso Sicilia que recorrimos excesivamente deprisa un verano después de atravesar el Sahara porque a Mario Mariete le había entrado una diarrea que no remitía. Las islas griegas, Sicilia, la Lombardía, los paises balcánicos...? Las islas del Egeo sobrevuelan mis pensamientos estos días como un oasis de descanso para este periplo, de la misma manera que las islas Canarias fueron mi paraíso soñado cuando navegando hace dos años por el río Níger creía que había enfermado de disentería. Una isla es siempre un proyecto atractivo. Ver acaso transcurrir parte del otoño leyendo la Odisea, o recordando la historia de Dido y Eneas, o releyendo a Kavafis...
Hoy me duele África.
Sin embargo creo que las islas griegas tendrán que esperar. No puedo permitirme el lujo de dejar así sin más un puñado de curiosidades en la cuneta de la carretera. Las curiosidades y los retos constituyen algo más que un manjar para el futuro, sin ellos me temo que la vida sería muy difícil.
Hace casi tres horas que debía haber salido nuestro autobús. Pero no hay rastro de él. It’s coming, nos dicen cuando preguntamos a unos y a otros. Es posible que nuestro bus se pase toda la noche viniendo... esperemos que no.
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