Dar es Salaam (Tanzania), 22 de agosto
“Tenía fiebre, no sólo de amor sino
de embriaguez ante el descubrimiento
de su propia ternura”
A caballo entre Malawi y Tanzania leo Love, again, de Doris Lessing. Love, again, después de veinte años de sequedad. El viento sopla con la fuerza de un vendaval... again. Ella se llama Sarah Durham. Mi señalizador, una pintura de un artista local, estaba anclado en esas cursivas que aparecen más arriba. Anclar el barco en medio de lago y dejar que el final de la tarde se diluya en los reflejos de plata vieja del agua. Era verano. Podías asomar la cabeza por la borda y ver el reflejo de tu rostro en ella; podías sentarte cómodamente y dejar transcurrir el crepúsculo escuchando profundamente al espíritu del lago. En cierto momento me sentí febril, me embriagaba el descubrimiento de mi propia ternura. Los recuerdos y los viajes tienen la culpa. ¿Quién no se enamoró un día y haciéndolo no descubrió en sí mismo algo que antes no conocía, ese inmenso pozo de ternura que todo enamorado ve nacer en sí como un manantial burbujeante, vivo y atónito que se asoma a la vida como si la vida fuera una entrañable fiesta? Yo usurpé un día a Manuel Rivas cierto modo de medir la melancolía y transformé a mi vez la ternura en algo medible, Medio metro de ternura, titulé el libro en que trabajaba entonces. Medio metro, suficiente para una embriaguez que me puede durar toda la vida.
Me pregunto: ¿No será el amor un hijo equívoco de la ternura? De hecho bajo aquella palabra se esconden sucedáneos y productos adulterados que poco tienen que ver con el amor; hijo equívoco porque existe un empeño generalizado por vestirlo de mediocridad, porque se le resta la gracia de la gratuidad y se le encierra en tartas de boda con sabor a nata y a chocolate. El amor no es posesivo como dicen por ahí, ni exclusivista, ni es materia de comercio –yo te doy, tú me das-, ni de actas notariales; ni siquiera el amor divino puede ser amor, porque es imposición y débito (“Amarás a Dios sobre todas las cosas...” ¿dónde se ha visto más engreimiento, más falta de amor? Un amor como un mandato cuyo cumplimiento podría ser encomendado a la vigilancia de la guardia civil. ¿No dan risa estos amores tan poco amorosos?). El amor no pone condiciones; el amor no tiene por qué ser recíproco, uno puede amar sin ser correspondido; los celos son incompatibles con el amor; la desconfianza también lo es, quien no confía en el otro es imposible que pueda amar... no, no te molestes en usar esa palabra, lo tuyo es otra cosa... Un hijo equívoco al final, que hay que coger con pinzas si queremos saber de qué hablamos.
Amor: loco, inflamable como de pólvora; anhelo a palo seco, fiebre, dolor casi siempre. A estas alturas es muy difícil saber lo que son las cosas; sabemos del llanto, del dolor, del anhelo, pero apenas sabemos en sustancia de eso que nombramos como amor. Y menos de ese ¡amor mío! surgido como un bramido desde las profundidades del cuerpo. Lo llamamos amor, pero ¿no tiene mucho de borrachera, algo que se inyectó en nuestra sangre y anula como un narcótico la voluntad, se hace pura orgía solitaria, puro anhelo?... en el mejor de los casos. ¿Materia en conexión con la locura?
Y también (con bastante frecuencia), ¿no será después de todo el amor el velo tras el que se esconde el torvo pico de un ave escudriñadora que habrá de perseguirnos con la mirada inquisitiva en nuestros movimientos por el mundo? ¿Un anzuelo?, ¿una hipoteca?, ¿un engañabobos para amarrar con su mano de hierro bajo la famosa tarta al otro?
Amor. A veces es algo tan controvertido, que a uno le dan ganas de quedarse simplemente (¿simplemente, digo?) con la ternura. Y este es el asunto; sólo una propuesta. Uno piensa en la ternura y las cosas suceden de forma diferente; no se le vienen encima tantas dudas, tantas trampas; ternura no es una palabra grandiolocuente, suena a cosa sencilla y espontánea; uno dice ternura y se encuentra con una sonrisa entre los labios, siente algo enternecedor por dentro, calentito, nos sentimos bien unos con otros. Mientras que amor, ¡ay, amor! cuántas trampas esconde y cuanto eufemismo ambivalente... y equívoco, claro, bajo su dosel (hacer el amor: je... ¿de verdad que la cosa no suena un poco chusca?, porque a ver quien es el listo que se pone a determinar cuándo funciona como eufemismo y cuando no. Me follé a la Paca, le hice el amor a la Paca, hicimos el amor). Qué diferente a sentir la embriaguez de la propia ternura derrochada en el otro, en tu novia, en tu amiga, en tu pareja. Sí, hombre, ternura. ¿Para qué coño tantas convenciones, tantos cajones? ¿Quién no tiene medio metro de ternura encima que ofrecer y compartir? Las malas conciencias sólo ven fluidos vaginales, semen, horrores morales, pecados mortales; siempre mala conciencia, modos para evitar nombrar la ternura, los ojos húmedos, el deseo de una caricia, el consuelo de nuestra soledad, la gracia de compartir un pedazo de vida, el gozo llano y sencillo de otro cuerpo.
Puaf, el amor. Antes de volver a utilizar esta palabra habría que barrer todo rastro de ella del mundo para reinstaurarla con el decoro y el respeto que se merece; a posteriori habría que ocupar a la guardia civil en multar a todos aquellos que se atrevieran a vilipendiarla de palabra o de hecho. Mientras tanto más nos valdría atenernos a esa otra, ternura, que tan bien puede definir nuestra relación con el otro. Palabras, siempre palabras. Pero, si entre tú y yo hay ternura, una enorme ternura, ¿para qué diantres meternos en camisas de once varas, mancharnos con ese hijo equívoco de la ternura, tantas cosas que mal llamamos con tanta frecuencia amor?
Descubrir la ternura subir como una borrachera dentro de uno es probablemente el hecho más notable de eso que llamamos enamorarse; pero no necesariamente hace falta enamorarse para sentirla en mayor o menor grado. Uno puede intentar ser más modesto; uno puede incluso tener necesidad de huir de los bordes de los precipicios, tan dolorosos en ocasiones; uno puede ser muy feliz sintiendo cómo la ternura hace acto de presencia dentro de nosotros. Es un tema demasiado largo para tan corto espacio; quizás más valdría haber intentado hacer algunos versos, algo que pudiera aproximarse a esa emoción tan nítida, tan cantarina, tan entrañable, la ternura. Una palabra sencilla, un acto simple, una emoción nítida que sustituya a aquella otra... tan equívoca.
Es la una de la madrugada. En Dar es Salaam se ha hecho el silencio. El viajero, que partió del verano hindú, saltó al invierno de Sudáfrica y prosiguió carretera arriba hacia el norte con su amiga con nombre de guerra (que dice Santiago, aunque no me gusta mucho), pasando por una especie de otoño sembrado de baobabs a los que se les había caído la hoja, llegó, llegaron, un poco por debajo de la línea del ecuador, a lo que huele repentinamente a verano. De hecho el ventilador ya da vueltas hoy por enciman de nosotros. Un lío estacional: verano, después invierno, a lo que siguió el otoño que empieza a perfilarse como verano una vez más. Si uno se está quieto la lógica de las estaciones funciona, pero cuando uno se mueve, ya se ve. Yo salí de Bombay con cuarenta grados en pleno monzón y aterricé en Johannesburg con siete grados en también pleno invierno (con una camiseta, un pantalón liviano y los pies desnudos metidos en unas sandalias húmedas por las riadas de Bombay)... menos mal que ahora estoy otra vez en verano. También esto da gustito, como la ternura. Pondré velas a la virgen para que la ternura me siga visitando.Que os vaya bonito, a ver si entre todos podemos llenar el mundo de eso, ya lo sabéis.
Me pregunto: ¿No será el amor un hijo equívoco de la ternura? De hecho bajo aquella palabra se esconden sucedáneos y productos adulterados que poco tienen que ver con el amor; hijo equívoco porque existe un empeño generalizado por vestirlo de mediocridad, porque se le resta la gracia de la gratuidad y se le encierra en tartas de boda con sabor a nata y a chocolate. El amor no es posesivo como dicen por ahí, ni exclusivista, ni es materia de comercio –yo te doy, tú me das-, ni de actas notariales; ni siquiera el amor divino puede ser amor, porque es imposición y débito (“Amarás a Dios sobre todas las cosas...” ¿dónde se ha visto más engreimiento, más falta de amor? Un amor como un mandato cuyo cumplimiento podría ser encomendado a la vigilancia de la guardia civil. ¿No dan risa estos amores tan poco amorosos?). El amor no pone condiciones; el amor no tiene por qué ser recíproco, uno puede amar sin ser correspondido; los celos son incompatibles con el amor; la desconfianza también lo es, quien no confía en el otro es imposible que pueda amar... no, no te molestes en usar esa palabra, lo tuyo es otra cosa... Un hijo equívoco al final, que hay que coger con pinzas si queremos saber de qué hablamos.
Amor: loco, inflamable como de pólvora; anhelo a palo seco, fiebre, dolor casi siempre. A estas alturas es muy difícil saber lo que son las cosas; sabemos del llanto, del dolor, del anhelo, pero apenas sabemos en sustancia de eso que nombramos como amor. Y menos de ese ¡amor mío! surgido como un bramido desde las profundidades del cuerpo. Lo llamamos amor, pero ¿no tiene mucho de borrachera, algo que se inyectó en nuestra sangre y anula como un narcótico la voluntad, se hace pura orgía solitaria, puro anhelo?... en el mejor de los casos. ¿Materia en conexión con la locura?
Y también (con bastante frecuencia), ¿no será después de todo el amor el velo tras el que se esconde el torvo pico de un ave escudriñadora que habrá de perseguirnos con la mirada inquisitiva en nuestros movimientos por el mundo? ¿Un anzuelo?, ¿una hipoteca?, ¿un engañabobos para amarrar con su mano de hierro bajo la famosa tarta al otro?
Amor. A veces es algo tan controvertido, que a uno le dan ganas de quedarse simplemente (¿simplemente, digo?) con la ternura. Y este es el asunto; sólo una propuesta. Uno piensa en la ternura y las cosas suceden de forma diferente; no se le vienen encima tantas dudas, tantas trampas; ternura no es una palabra grandiolocuente, suena a cosa sencilla y espontánea; uno dice ternura y se encuentra con una sonrisa entre los labios, siente algo enternecedor por dentro, calentito, nos sentimos bien unos con otros. Mientras que amor, ¡ay, amor! cuántas trampas esconde y cuanto eufemismo ambivalente... y equívoco, claro, bajo su dosel (hacer el amor: je... ¿de verdad que la cosa no suena un poco chusca?, porque a ver quien es el listo que se pone a determinar cuándo funciona como eufemismo y cuando no. Me follé a la Paca, le hice el amor a la Paca, hicimos el amor). Qué diferente a sentir la embriaguez de la propia ternura derrochada en el otro, en tu novia, en tu amiga, en tu pareja. Sí, hombre, ternura. ¿Para qué coño tantas convenciones, tantos cajones? ¿Quién no tiene medio metro de ternura encima que ofrecer y compartir? Las malas conciencias sólo ven fluidos vaginales, semen, horrores morales, pecados mortales; siempre mala conciencia, modos para evitar nombrar la ternura, los ojos húmedos, el deseo de una caricia, el consuelo de nuestra soledad, la gracia de compartir un pedazo de vida, el gozo llano y sencillo de otro cuerpo.
Puaf, el amor. Antes de volver a utilizar esta palabra habría que barrer todo rastro de ella del mundo para reinstaurarla con el decoro y el respeto que se merece; a posteriori habría que ocupar a la guardia civil en multar a todos aquellos que se atrevieran a vilipendiarla de palabra o de hecho. Mientras tanto más nos valdría atenernos a esa otra, ternura, que tan bien puede definir nuestra relación con el otro. Palabras, siempre palabras. Pero, si entre tú y yo hay ternura, una enorme ternura, ¿para qué diantres meternos en camisas de once varas, mancharnos con ese hijo equívoco de la ternura, tantas cosas que mal llamamos con tanta frecuencia amor?
Descubrir la ternura subir como una borrachera dentro de uno es probablemente el hecho más notable de eso que llamamos enamorarse; pero no necesariamente hace falta enamorarse para sentirla en mayor o menor grado. Uno puede intentar ser más modesto; uno puede incluso tener necesidad de huir de los bordes de los precipicios, tan dolorosos en ocasiones; uno puede ser muy feliz sintiendo cómo la ternura hace acto de presencia dentro de nosotros. Es un tema demasiado largo para tan corto espacio; quizás más valdría haber intentado hacer algunos versos, algo que pudiera aproximarse a esa emoción tan nítida, tan cantarina, tan entrañable, la ternura. Una palabra sencilla, un acto simple, una emoción nítida que sustituya a aquella otra... tan equívoca.
Es la una de la madrugada. En Dar es Salaam se ha hecho el silencio. El viajero, que partió del verano hindú, saltó al invierno de Sudáfrica y prosiguió carretera arriba hacia el norte con su amiga con nombre de guerra (que dice Santiago, aunque no me gusta mucho), pasando por una especie de otoño sembrado de baobabs a los que se les había caído la hoja, llegó, llegaron, un poco por debajo de la línea del ecuador, a lo que huele repentinamente a verano. De hecho el ventilador ya da vueltas hoy por enciman de nosotros. Un lío estacional: verano, después invierno, a lo que siguió el otoño que empieza a perfilarse como verano una vez más. Si uno se está quieto la lógica de las estaciones funciona, pero cuando uno se mueve, ya se ve. Yo salí de Bombay con cuarenta grados en pleno monzón y aterricé en Johannesburg con siete grados en también pleno invierno (con una camiseta, un pantalón liviano y los pies desnudos metidos en unas sandalias húmedas por las riadas de Bombay)... menos mal que ahora estoy otra vez en verano. También esto da gustito, como la ternura. Pondré velas a la virgen para que la ternura me siga visitando.Que os vaya bonito, a ver si entre todos podemos llenar el mundo de eso, ya lo sabéis.
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